A los ocho años de edad, Ramón se encontraba cenando en su casa, rodeado de su familia. Un hogar humilde pero donde nunca faltaba el plato de comida. Su padre, pescador artesanal, lo miraba con ternura sin que éste se percatara de aquella situación.
Padre: ¿Está rica la comida hijo?
Ramón: Sí papá
Padre: Me alegro. ¿Querés
venir a pescar conmigo mañana?
Ramón: Sí papá
Padre: Bueno, termine
de comer y vaya a dormir, que salimos temprano
Obediente, luego de
comer, se lavó los dientes y fue a dormir. Se tapó con varias frazadas porque
hacía frío esa noche. A las cuatro y media de la madrugada su padre lo despertó
y le pidió que preparara las cosas. Llegaron al lugar donde estaban la barcaza,
otros pescadores los estaban esperando. Aún no había salido el sol cuando
Ramón, su padre y el resto de los compañeros de pesca comenzaron a navegar mar
adentro.
Las luces de la ciudad
fueron desapareciendo, hasta que con los primeros rayos de sol lo único que se
veía alrededor era agua. El mar estaba un poco agitado, hacía frío y no había
resguardo.
Ahora te voy a enseñar
a tirar las redes, le dijo su padre. Lo ató al mástil de la embarcación para
que no se cayera al agua y empezó la lección de pesca.
Luego de varias cansadoras
horas volvieron al punto de partida, con un poco más de pescado que lo
habitual.
Ramón, mojado, con frío
y cansado apenas podía caminar cuando escuchó a su padre preguntarle: Hijo, ¿te
acordás ayer en la cena cuando te pregunté si estaba rica la comida?
Ramón: Sí papá
Su padre sonrió y le
dijo: Ahora sabés cuál es el verdadero sabor de la comida.
En homenaje a mi amigo Ramón, fallecido