¨Para
controlar a un pueblo hay que conocer su miedo, y es evidente que el primer
miedo de cada individuo es estar en peligro mortal. Una vez que el ser humano
se hace esclavo de su miedo es fácil hacerle creer que el papá Estado estará
listo para ayudar a salvarlo¨ George Orwell, 1984.
Una
invasión extraterrestre entró a mi casa junto con un amigo. Ocurrió en el
momento entre que le abría la puerta, lo saludaba y lo dejaba pasar. Fueron
pocos segundos entre qué caminó por el pasillo hacia el sillón, se sacó la
mochila, la campera y justo en el momento en que procedía a sentarse, ya me
había contado que los Estados Unidos de América (la fuerza aérea de ése país)
había revelado en conferencia de prensa tres videos de objetos voladores no
identificados.
Estaba
eufórico. ¡Son extraterrestres! Exclamó ¡Viajan a cuarenta y cinco mil kilómetros
por hora! Agregó, acotando que el gobierno de Japón ya estaba entrenando a sus
pilotos de aviones caza para perseguirlos.
Yo
no estaba sorprendido. Si bien tenía claro que toda esa información era
simplemente producto de la estupidez humana, ya conocía a Seba, sabía que a
pesar de ser una persona inteligente, por alguna razón se dejaba llevar por sus
emociones, como los adolescentes en plena revolución hormonal.
Decidí
entonces hacer uso de su propia inteligencia para hacerlo entrar en razón con
dos preguntas sencillas. ¿Cómo pueden saber que son extraterrestres cuando son
ovnis? Objeto volador no identificado. Si es no identificado, no se puede saber
su procedencia, por lo tanto bien podrían ser producto de un proyecto
desconocido.
Con
la segunda pregunta le cambió la cara, pude ver que sentía algo de vergüenza al
caer en la cuenta de su precipitado manejo de la información. ¿Cómo entrena
Japón a sus pilotos de combate para perseguir a un objeto volador capaz de viajar
a cuarenta y cinco mil kilómetros por hora?
Así
comenzó la noche, que transcurrió entre risas, recuerdos, charlas sobre la
vida, filosofía barata, teorías conspiratorias y estos extraterrestres que no
dejaban de brindar chocando sus vasos contra la botella de cerveza que moría
lenta en la mesa. Es que no podía dejar de imaginarme a estos individuos extra
planetarios queriendo invadir un mundo en decadencia.
Cuando
me quedé solo, sentado en el sillón, con la mirada perdida en mis pensamientos,
tuve miedo. Tuve miedo de tener miedo. Entonces me di por enterado de que la
especie humana le tiene tanto miedo a la muerte que prefiere no vivir.
Las
voces más poderosas del planeta tierra infunden miedo, gritando a viva voz ¡quedate
en casa! ¡no salgas! ¡población de riesgo! ¡población vector de contagio!
Esa misma noche, un
abuelo de ochenta y pico apagaba la tele, se iba a la cama y se dormía para
siempre. Sus nietos, sus hijos, sus familiares más cercanos no lo visitaban
hacía meses, por temor a un virus que mata en gran proporción a los adultos
mayores. ¿Acaso morir no es lo normal entre los viejos? Sí lo es, es lo normal
en ellos, así como es común en el resto de nosotros vivir con miedo, o mejor
dicho, no vivir por miedo. Miedo a la incertidumbre de una muerte inminente que
nos persigue desde el día en que nacemos y que algunos usan con el fin de gobernar
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